Hibernia by Adrian Goldsworthy

Hibernia by Adrian Goldsworthy

autor:Adrian Goldsworthy [Goldsworthy, Adrian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-11-27T16:00:00+00:00


XVI

El pirata era joven, no superaba los dieciséis años. Tenía el cabello espeso y negro y piel olivácea. No tenía el aspecto de un germano, así que supuso que era el hijo de uno de los remeros o marinos que se unieron a los amotinados. La marina era la única arma del ejército disponible para quienes no habían nacido libres, con lo que su padre quizá fuera un antiguo esclavo de Siria o Egipto. El chico hablaba latín mezclado con algunas palabras germánicas, y aunque era fácil entender lo que quería decir a grandes rasgos, no todos los detalles estaban claros. Siseó algo que sonó a maldición cuando trajeron a Probo, así que le debían de haber dado alguna descripción específica del comerciante, porque era demasiado joven como para haberle conocido.

Probo no reaccionó, y el encuentro fue breve y no tuvo mayor incidencia. Quedaron en verse a la noche siguiente, una hora después de la puesta de sol. Ferox pensó que era extraño que un hombre proveniente de una remota isla de Caledonia hablara de algo tan romano como lo eran las horas. Llevarían todo lo prometido hasta el montículo en el que había tenido lugar el primer sacrificio. Para cuando se vieran, el rey supremo ya habría sido elegido y las celebraciones estarían en marcha. La paz que reinaba en el lugar durante el festival aún duraría un día y una noche, así que más les valía no intentar rescatar a los cautivos por la fuerza.

—¿Se revolvería toda esta gente contra nosotros si lo hiciéramos? —Crispino no bajó la voz ni hizo nada por ocultar su desprecio.

—Sí —dijo Ferox—. Tanto el lugar como las fechas son sagrados, y no pueden ser violados.

—¿Y cuál sería el castigo?

—Creo que ser despedazado por caballos salvajes.

—Honraremos nuestro compromiso —proclamó el tribuno—. Y esperamos que vosotros hagáis lo mismo.

—Traeremos a los cautivos —dijo el joven guerrero—. Ninguno de los vuestros ha sufrido daño alguno. Solo sufrirán si no nos dais lo que queremos.

—¿Confías en ellos? —preguntó Crispino cuando se hubo ido.

—Son bandidos, piratas, secuestradores y caníbales —dijo Ovidio—, ¿y te preguntas si son honestos?

Ferox ignoró a ambos y se alejó fingiendo que no oía la llamada del tribuno.

Vindex estaba esperando con un par de caballos.

—El Gato Rojo ya ha ido a vigilar al muchacho. Su hermano está controlando a Probo.

A Segovax no se le daba tan bien seguir pistas como al famoso ladrón, aunque era mejor haciéndolo que casi cualquier integrante de la expedición.

Caminaron tirando de los caballos hasta que estuvieron alejados de la zona en la que se arracimaban la mayor parte de las tiendas de campaña. Vindex había visto al norteño dirigirse hacia el noroeste. Después bordearon otras dos grandes concentraciones de tiendas y de siluetas arrebujadas en mantas húmedas hasta que llegaron a campo abierto y dieron con el rastro. Las únicas personas que vieron por allí fueron hombres defecando que no prestarían mucha atención a los jinetes salvo si se acercaban demasiado. Siguieron adelante y alcanzaron al Gato Rojo poco después.



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